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miércoles, 26 de agosto de 2015

Aventura solidaria en África

Como ya sabéis, porque fueron un exitazo en las redes sociales (¡gracias a tod@s!), el pasado fin de semana fue muy especial para Paralelo20. A punto de cumplir 500 programas y camino de nuestra quinta temporada en Radio Marca , quisimos homenajear a los grandes viajeros y bloggers que han colaborado con nosotros todos estos años. Por eso, les invitamos a contarnos sus mejores anécdotas viajeras.

Pero como siempre vosotros, oyentes y seguidores, no dejáis de sorprendernos. Fuisteis muchos los que nos mandasteis vuestras anécdotas, pero por falta de tiempo solo pudimos quedarnos con una. Y fue la de Álvaro Blanchard y su novia Cristina, una increíble historia africana que os resumimos así.
Nos supo a poco y creemos que merece la pena que la conozcáis entera, contada por su protagonistas, así que... ¡Aquí la tenéis!


Este pasado mes de noviembre comencé junto a mi novia Cristina el fantástico viaje de cruzar Africa en 4x4, desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo. Nos han pasado miles de anécdotas, pero de la que me sigo acordando con cariño a la vez que tristeza es esta...

Pasamos la Navidad en una misión española en la orilla oeste del lago Turkana, en la frontera de Kenia con Etiopía. El 28 de diciembre tratamos de cruzar a Uganda por el noroeste de Kenia, por una aldea que se llama Oropoi. En el camino adelantamos a una moto con 3 pasajeros que estaban teniendo problemas para cruzar un río seco. Nos pidieron pararnos, era un sacerdote que llevaba a dos refugiados ugandeses (una madre de 45 años y su hijo de 21) a la frontera para que desde allí cruzasen a su país y consiguiesen llegar a su poblado. Pese a que solo teníamos un asiento extra, accedimos a llevarlos apretujados los dos en un solo asiento.

El paso fronterizo era solo un tronco en mitad de la carretera y un militar que nos pedía un regalo por Navidad. Al final cruzamos sin muchos problemas (ni sello ni ningún tipo de trámite). 
La frontera ugandesa está en lo alto de la montaña, pero la pista desaparece en las primeras rampas y ésta se transforma en una pendiente imposible salpicada de grandes rocas de tal tamaño que tenemos que darnos la vuelta. Preguntamos a nuestros huéspedes que es lo que desean hacer, si continuar andando o regresar con nosotros. El hijo nos comenta que por Kakuma, donde se encuentra su campo de refugiados, parte otra pista que cruza a Uganda. Así que allí nos dirigimos. 

Vuelta a la carretera y al poco nos salimos del asfalto y nos adentramos por una nueva pista rumbo a lo desconocido, ya que el camino por el que nos adentramos no figura ni en nuestro GPS ni en los mapas de papel. Avanzamos por un amplio valle sorteando arbustos y acacias tratando de evitar los bancos de arena, rumbo hacia las montañas que se dibujan en el horizonte. Cruzamos pequeñas aldeas, y Anthony (el hijo) les pregunta a los lugareños si nos encontramos en el camino correcto. Parece que no hay duda, todos señalan hacia las montañas del fondo del valle. Anna Rose (la madre) nos pide un par de veces que paremos porque necesita vomitar, y es que la pobre mujer tiene un brote de malaria, y de vez en cuando apoya su cabeza en el reposacabezas de Cristina para descansar. Nos cuentan que está recién operada de un tumor en el útero y en Uganda no contaban con recursos para tratar la enfermedad, pero por lo visto en el campo de refugiados de Kakuma en Kenia, las ONG's han conseguido darle tratamiento y extirpárselo recientemente, ayudando a su vez a la escolarización de su hijo. Tras tres años en el campo de refugiados, regresan a su aldea para ver a sus otros hijos y hermanos.

Nos encontramos a varias personas andando al borde de la carretera pidiéndonos subir al coche para que les crucemos a Uganda. Algunos van armados con kalashnikovs y Anthony nos conmina a que no nos detengamos, ya que sospecha que son los ladrones de ganado que van a robar a las aldeas de la frontera ugandesa.

La noche se nos echa encima, y va a ser imposible llegar a Kotido, en Uganda. La carretera de momento no es demasiado mala y confiamos en no tener que darnos de nuevo la vuelta. Al llegar a lo alto de una colina, el GPS me anuncia que extraoficialmente ya estamos en Uganda. Hay unas pequeñas chozas turkanas en lo alto de la colina. Anthony, tras hablar con ellos, nos invita a que avancemos un par de kilómetros más, hasta la siguiente aldea, ya que en ésta tienen algunas vacas, y como hemos visto a unos ladrones de ganado pocos kilómetros atrás, no quiere verse envuelto en un tiroteo entre cuatreros, cosa que a Cristina y a mi nos parece más que bien.


Llegamos a la susodicha aldea justo al ponerse el sol. Nuestros acogidos les piden permiso para pasar allí la noche y nos sorprende que no les inviten a dormir en una de las chozas ni les ofrezcan algo de comida. Anna Rose y Anthony se tumban en el suelo dispuestos a pasar la noche. Les preguntamos si tienen algo para comer, y tan solo tienen unas galletas que les hemos dado en el coche. Les damos una manta para que se tumben y unos jerséis para abrigarse, ya que la temperatura es fresca y compartimos con ellos nuestra cena. Nosotros nos metemos a dormir en nuestro coche, y allí les dejamos a ellos, envueltos en nuestra manta, con nuestros jerséis, enfermos y sin comida…. Y pensaban cruzar las montañas caminando durante 4 días con lo puesto…. 

Nos despertamos con las primeras luces del alba, cuando escuchamos las voces de los aldeanos charlar con Anna Rose y Anthony. Abro la puerta del coche y, sin darnos tiempo a vestirnos y salir del coche, todo el pueblo desfila por delante de nosotros dándonos los buenos días. –Elloc, Elloc (o algo así suena "hola" en turkana) Nosotros en ropa interior, tumbados en la cama, dando la mano a las mujeres de la aldea que se asoman por la puerta de nuestro coche a saludar. Di que ellas no van mucho más vestidas que nosotros, pero la situación es de lo más cómica…. La aldea consiste simplemente en un par de familias, compuesta por los dos maridos, sus varias esposas y la numerosa prole de un amplio abanico de edades. Con Anthony de intérprete nos enteramos que el último blanco que se dejó ver por esta carretera fue un misionero hace más de 10 años….

Nos despedimos de la gente del poblado y seguimos ruta. Nos enfrentamos a un par de fuertes subidas con grandes piedras, pero afortunadamente nuestro “Ferdi” (el coche) se porta como un campeón y esta vez no tenemos que darnos la vuelta. Subimos a una meseta, y es curioso porque el panorama cambia por completo. Cada vez el paisaje es más verde, las acacias van dejando paso a árboles de hoja caduca. Un nuevo control que sorteamos sin problemas y poco más de hora y media tras abandonar la aldea, llegamos a Kotido. 

Lamentablemente y en contra de los que nos habían informado, allí no hay puesto de inmigración, así que descartamos ir a Kidepo y decidimos poner rumbo a Kampala, para pasar la Nochevieja en la capital del país. Repostamos, invitamos a un pollo con posho (pasta de maíz, insulsa pero muy saciante que se come en estos países) a nuestros amigos y les acercamos al cruce donde se va a su aldea, que queda en dirección a Kampala. Al final nos lloran un poquito más y consiguen que les acerquemos hasta su aldea, a 40 kilómetros de Kotido. La aldea de Kachurri se encuentra en un inmenso valle, al pie de unos riscos y rodeada de campos de cultivo. Aquí ya no son turkana, sino karamajong. Los hombres visten de forma similar, altos, a veces ataviados con falda y tocados con un sombrero decorado con una pluma y las mujeres con falda plisada y sin tantos collares como sus vecinas. 

Es llegar a la aldea, y Anna Rose y Anthony apenas nos dan tiempo a detener el coche. Saltan del mismo casi en marcha, y un grupo de personas que estaban sentados al pie de un árbol, al verlos se les escapan unos gritos de alegría. Vemos como nuestros amigos se abrazan a sus hijos, hermanos y amigos tras pasar tres años sin verlos. La escena es conmovedora, y tanto Cristina como yo nos emocionamos con las caras de alegría que observamos. De hecho se me siguen saltando las lágrimas cuando escribo estas líneas rememorando la escena.

Nos enseñan sus pequeñas chozas, de adobe y techo de paja, una de suelo de tierra y la otra de suelo de cemento, que no tendrán más de 10 metros cuadrados y por mobiliario tan solo una estera en el suelo y la pequeña maleta que portaban Anna Rose y Anthony. Las posesiones de toda una vida en un pequeño trolley rosa con la cremallera rota que pretendían cargar durante 4 días por las montañas…

 Aún así, nos obligan a aceptar la invitación de una mirinda mientras nos presentan a toda su familia. Todos nos agradecen el favor de haberlos traído desde Kenia hasta la aldea, y nos despedimos de todos ellos con fotos y abrazos.


Con las emociones a flor de piel por este encuentro casual que sin duda recordaremos toda nuestra vida, ponemos rumbo a Kampala...

Si os ha gustado tanto como a nosotros, no dejéis de conocer más historias en su blog "De Cairo al Cabo".


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