Como ya sabéis, porque fueron un exitazo en las redes sociales (¡gracias a tod@s!), el pasado fin de semana fue muy especial para Paralelo20. A punto de cumplir 500 programas y camino de nuestra quinta temporada en Radio Marca , quisimos homenajear a los grandes viajeros y bloggers que han colaborado con nosotros todos estos años. Por eso, les invitamos a contarnos sus mejores anécdotas viajeras.
Pero como siempre vosotros, oyentes y seguidores, no dejáis de sorprendernos. Fuisteis muchos los que nos mandasteis vuestras anécdotas, pero por falta de tiempo solo pudimos quedarnos con una. Y fue la de Álvaro Blanchard y su novia Cristina, una increíble historia africana que os resumimos así.
Nos supo a poco y creemos que merece la pena que la conozcáis entera, contada por su protagonistas, así que... ¡Aquí la tenéis!
Este pasado mes de noviembre comencé junto a mi novia
Cristina el fantástico viaje de cruzar Africa en 4x4, desde El Cairo
hasta Ciudad del Cabo. Nos han pasado miles de anécdotas, pero de la que
me sigo acordando con cariño a la vez que tristeza es esta...
Pasamos la Navidad en una misión
española en la orilla oeste del lago Turkana, en la frontera de Kenia
con Etiopía. El 28 de diciembre tratamos de cruzar a Uganda por el
noroeste de Kenia, por una aldea que se llama Oropoi. En el camino
adelantamos a una moto con 3 pasajeros que estaban teniendo problemas
para cruzar un río seco. Nos pidieron pararnos, era un sacerdote que
llevaba a dos refugiados ugandeses (una madre de 45 años y su hijo de
21) a la frontera para que desde allí cruzasen a su país y consiguiesen
llegar a su poblado. Pese a que solo teníamos un asiento extra,
accedimos a llevarlos apretujados los dos en un solo asiento.
El
paso fronterizo era solo un tronco en mitad de la carretera y un
militar que nos pedía un regalo por Navidad. Al final cruzamos sin
muchos problemas (ni sello ni ningún tipo de trámite).
La
frontera ugandesa está en lo alto de la montaña, pero la pista
desaparece en las primeras rampas y ésta se transforma en una pendiente
imposible salpicada de grandes rocas de tal tamaño que tenemos que
darnos la vuelta. Preguntamos a nuestros huéspedes que es lo que desean
hacer, si continuar andando o regresar con nosotros. El hijo nos comenta
que por Kakuma, donde se encuentra su campo de refugiados, parte otra
pista que cruza a Uganda. Así que allí nos dirigimos.
Vuelta
a la carretera y al poco nos salimos del asfalto y nos adentramos por
una nueva pista rumbo a lo desconocido, ya que el camino por el que nos
adentramos no figura ni en nuestro GPS ni en los mapas de papel.
Avanzamos por un amplio valle sorteando arbustos y acacias tratando de
evitar los bancos de arena, rumbo hacia las montañas que se dibujan en
el horizonte. Cruzamos pequeñas aldeas, y Anthony (el hijo) les pregunta
a los lugareños si nos encontramos en el camino correcto. Parece que no
hay duda, todos señalan hacia las montañas del fondo del valle. Anna
Rose (la madre) nos pide un par de veces que paremos porque necesita
vomitar, y es que la pobre mujer tiene un brote de malaria, y de vez en
cuando apoya su cabeza en el reposacabezas de Cristina para descansar.
Nos cuentan que está recién operada de un tumor en el útero y en Uganda
no contaban con recursos para tratar la enfermedad, pero por lo visto en
el campo de refugiados de Kakuma en Kenia, las ONG's han conseguido
darle tratamiento y extirpárselo recientemente, ayudando a su vez a la
escolarización de su hijo. Tras tres años en el campo de refugiados,
regresan a su aldea para ver a sus otros hijos y hermanos.
Nos
encontramos a varias personas andando al borde de la carretera
pidiéndonos subir al coche para que les crucemos a Uganda. Algunos van
armados con kalashnikovs y Anthony nos conmina a que no nos detengamos,
ya que sospecha que son los ladrones de ganado que van a robar a las
aldeas de la frontera ugandesa.
La noche se nos
echa encima, y va a ser imposible llegar a Kotido, en Uganda. La
carretera de momento no es demasiado mala y confiamos en no tener que
darnos de nuevo la vuelta. Al llegar a lo alto de una colina, el GPS me
anuncia que extraoficialmente ya estamos en Uganda. Hay unas pequeñas
chozas turkanas en lo alto de la colina. Anthony, tras hablar con ellos,
nos invita a que avancemos un par de kilómetros más, hasta la siguiente
aldea, ya que en ésta tienen algunas vacas, y como hemos visto a unos
ladrones de ganado pocos kilómetros atrás, no quiere verse envuelto en
un tiroteo entre cuatreros, cosa que a Cristina y a mi nos parece más
que bien.
Llegamos a la susodicha aldea justo
al ponerse el sol. Nuestros acogidos les piden permiso para pasar allí
la noche y nos sorprende que no les inviten a dormir en una de las
chozas ni les ofrezcan algo de comida. Anna Rose y Anthony se tumban en
el suelo dispuestos a pasar la noche. Les preguntamos si tienen algo
para comer, y tan solo tienen unas galletas que les hemos dado en el
coche. Les damos una manta para que se tumben y unos jerséis para
abrigarse, ya que la temperatura es fresca y compartimos con ellos
nuestra cena. Nosotros nos metemos a dormir en nuestro coche, y allí les
dejamos a ellos, envueltos en nuestra manta, con nuestros jerséis,
enfermos y sin comida…. Y pensaban cruzar las montañas caminando durante
4 días con lo puesto….
Nos
despertamos con las primeras luces del alba, cuando escuchamos las voces
de los aldeanos charlar con Anna Rose y Anthony. Abro la puerta del
coche y, sin darnos tiempo a vestirnos y salir del coche, todo el pueblo
desfila por delante de nosotros dándonos los buenos días. –Elloc, Elloc
(o algo así suena "hola" en turkana) Nosotros en ropa interior,
tumbados en la cama, dando la mano a las mujeres de la aldea que se
asoman por la puerta de nuestro coche a saludar. Di que ellas no van
mucho más vestidas que nosotros, pero la situación es de lo más cómica….
La aldea consiste simplemente en un par de familias, compuesta por los
dos maridos, sus varias esposas y la numerosa prole de un amplio abanico
de edades. Con Anthony de intérprete nos enteramos que el último blanco
que se dejó ver por esta carretera fue un misionero hace más de 10
años….
Nos despedimos de la gente del poblado y
seguimos ruta. Nos enfrentamos a un par de fuertes subidas con grandes
piedras, pero afortunadamente nuestro “Ferdi” (el coche) se porta como
un campeón y esta vez no tenemos que darnos la vuelta. Subimos a una
meseta, y es curioso porque el panorama cambia por completo. Cada vez el
paisaje es más verde, las acacias van dejando paso a árboles de hoja
caduca. Un nuevo control que sorteamos sin problemas y poco más de hora y
media tras abandonar la aldea, llegamos a Kotido.
Lamentablemente y en
contra de los que nos habían informado, allí no hay puesto de
inmigración, así que descartamos ir a Kidepo y decidimos poner rumbo a
Kampala, para pasar la Nochevieja en la capital del país. Repostamos,
invitamos a un pollo con posho (pasta de maíz, insulsa pero muy saciante
que se come en estos países) a nuestros amigos y les acercamos al cruce
donde se va a su aldea, que queda en dirección a Kampala. Al final nos
lloran un poquito más y consiguen que les acerquemos hasta su aldea, a
40 kilómetros de Kotido. La aldea de Kachurri se encuentra en un inmenso
valle, al pie de unos riscos y rodeada de campos de cultivo. Aquí ya no
son turkana, sino karamajong. Los hombres visten de forma similar,
altos, a veces ataviados con falda y tocados con un sombrero decorado
con una pluma y las mujeres con falda plisada y sin tantos collares como
sus vecinas.
Es llegar a la aldea, y Anna Rose y Anthony apenas nos dan
tiempo a detener el coche. Saltan del mismo casi en marcha, y un grupo
de personas que estaban sentados al pie de un árbol, al verlos se les
escapan unos gritos de alegría. Vemos como nuestros amigos se abrazan a
sus hijos, hermanos y amigos tras pasar tres años sin verlos. La escena es
conmovedora, y tanto Cristina como yo nos emocionamos con las caras de
alegría que observamos. De hecho se me siguen saltando las lágrimas
cuando escribo estas líneas rememorando la escena.
Nos
enseñan sus pequeñas chozas, de adobe y techo de paja, una de suelo de
tierra y la otra de suelo de cemento, que no tendrán más de 10 metros
cuadrados y por mobiliario tan solo una estera en el suelo y la pequeña
maleta que portaban Anna Rose y Anthony. Las posesiones de toda una
vida en un pequeño trolley rosa con la cremallera rota que pretendían
cargar durante 4 días por las montañas…
Aún así, nos obligan a aceptar
la invitación de una mirinda mientras nos presentan a toda su familia.
Todos nos agradecen el favor de haberlos traído desde Kenia hasta la
aldea, y nos despedimos de todos ellos con fotos y abrazos.
Con
las emociones a flor de piel por este encuentro casual que sin duda
recordaremos toda nuestra vida, ponemos rumbo a Kampala...
Si os ha gustado tanto como a nosotros, no dejéis de conocer más historias en su blog
"De Cairo al Cabo".
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